Reflexiones, ensayos sobre escritoras hispanoamericanas contemporáneas

                                                                                            editora: Dra. Priscilla Gac-Artigas
 

Mariana no soy yo (tampoco Elena):
La dimensión deconstructora de Testimonios sobre Mariana

                                                                                                                                        Mariana Libertad Suárez Velázquez

Universidad Simón Bolívar
 

Es inútil que Ninguno hable, publique libros, pinte cuadros, se ponga de cabeza. Ninguno es la ausencia de nuestras miradas, la pausa de nuestra conversación, la reticencia de nuestro silencio[...]Es una omisión. Y sin embargo, Ninguno está presente siempre. Es nuestro secreto, nuestro crimen y nuestro remordimiento. Por eso el Ninguneador también se ningunea; él es la omisión de Alguien.
                                                                                                                    (El Laberinto de la soledad, Octavio Paz)

Muchas de las narraciones fundacionales latinoamericanas de la primera mitad del siglo XX, en su intento por prefigurar un proyecto de nación para cada uno de sus países, omitieron en buena parte, los discursos replicatorios producidos en su seno. Ni las novelas universalistas de la primera mitad del siglo XX -como las de Rómulo Gallegos, en Venezuela; José E. Rivera, en Colombia; o Mariano Azuela, en México- ni los ensayos contemporáneos y posteriores -como los de José Carlos Mariátegui, en Perú; Guillermo Francovich, en Bolivia; u Octavio Paz, en México- que declaraban abiertamente la intención de explicar y organizar la compleja realidad latinoamericana, ampliaron los márgenes de su discurso hasta incluir algunas expresiones, opiniones o alegatos producidos desde una mirada periférica.

Por ejemplo, al leer obras como El laberinto de la soledad (1981), de Octavio Paz, es posible reconocer no sólo la distancia ensayísitica que establece el autor entre el yo enunciador y el mexicano (Otro colectivo heterodesignado)  sino que además salta a la vista el carácter monológico de su discurso que silencia hasta el punto de suprimir cualquier acercamiento alternativo al fenómeno de la mexicanidad y al desarrollo subjetivo subalterno.

Posiblemente, esto se deba a que al trasladar el lugar de enunciación a los márgenes del discurso, casi idefectiblemente, saltarían a la vista las divergencias entre los  sujetos integrantes del colectivo cuidadosamente homogeneizado por el ensayista; también es probable que la inclusión de discursos marginales hubiera supuesto un atentado contra el absolutismo de los juicios emitidos; sin embargo, en el caso específico de Octavio Paz, la inestabilidad discursiva de los ensayos sólo logró ser ocultada dentro de los límites del libro, pues a su alrededor, nacieron múltiples narraciones y escrituras de mujeres, de indígenas o de mestizos no burgueses que por medio de un juego dialógico lograron deconstruir el proyecto ético/estético de El laberinto de la soledad.

Tal vez la narración más emblemática en el proceso de deconstrucción de la propuesta, expresada en éste y otros libros del autor, es la novela Testimonio sobre Mariana (1981), de Elena Garro. Escritora que, además de apostar y reforzar en cada una de sus obras al nomadismo identitario de los sujetos marginales, fue esposa del ensayista y, según buena parte de la crítica, una suerte de negativo de sus ideas dentro del desarrollo del pensamiento filosófico mexicano.
Una de las evidencias más claras de ello está en que muchas de las aproximaciones críticas construidas en torno a esta obra, basan su análisis sólo en el carácter autobiográfico de la misma, en la dimensión anecdótica y el supuesto "ajuste de cuentas" que representó Testimonios sobre Mariana con respecto a las relaciones de la autora con  su esposo Octavio Paz y su amante Adolfo Bioy Casares, sin tener en cuenta el espacio donde se reconstruyen ciertos episodios, la voz narrativa que los edifica y, sobre todo, el perfil que se atribuye tanto al personaje protagónico -supuestamente autobiográfico- como a los secundarios -identificados por muchos críticos con los intelectuales antes mencionados.

Una de las primeras señales del carácter deconstructor de la obra está en su título. En principio, el término testimonios, remite al lector al testimonio literario, género menor que, poco a poco, fue asumido por el canon escritural latinoamericano y que, progresivamente, pasó de ser el arma que satisfacía la urgencia de comunicar de la Otredad, a ser una traducción que el sujeto letrado realizaba de las narraciones periféricas. A este respecto también se debe añadir la referencia al significado literal del término testimonio.

No se debe dejar de lado que según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, un testimonio es -entre otras cosas-  un "instrumento autorizado por escribano o notario, en que se da fe de un hecho, se traslada total o parcialmente un documento o se le resume por vía de relación". También se entiende como una "Prueba, justificación y comprobación de la certeza o verdad de algo" (DRAE: 1472). Es decir, tanto en el caso del género literario, como en el de la definición de la Real Academia de la lengua, el vocablo testimonio está asociado a la aceptación tácita de la existencia de una verdad absoluta y, consecuentemente, de un sujeto conocedor de esa verdad, que por medio de la palabra es capaz de transmitirla e iluminar las conciencias que lo deseen.

De aquí que, al ver que una obra denominada "testimonial" por su autora, no sea narrada en primera persona y, aún más, gire en torno a un sujeto incapaz de narrar, y mínimamente apto para intervenir en el discurso que se teje sobre ella, se muestre a trasluz la ironía que cubre esta escritura. El llamado Testimonio por Elena Garro no es tal, como tal vez no lo sea ninguno de los discursos que se hacen llamar así.

Por otra parte, las tres voces que confeccionan a Mariana son también muy significativos al momento de entender esta obra como replicatoria. En el Ensayo titulado: "Elena Garro como personaje de su obra", Ana Julia Cruz lo plantea así:
es una narración en la que la vida de Mariana está vista desde tres ángulos diferentes, es decir por tres personas que la conocieron; así cada uno nos va mostrando desde ángulos diversos la imagen de Mariana, que se siente perseguida por su marido: Augusto. El primer narrador es Vicente, un joven rico, casado, que la ama sin entenderla. El segundo testimonio nos lo da Gabrielle, mujer solterona, secretaria de Augusto. El tercer testimonio es de André, un joven adolescente enamorado de Mariana. En la novela se entrecruzan la verdad y la mentira, pero los tres narradores coinciden en proyectar a una mujer a la que se le ha arrancado la voluntad, que carece de amor, dominada por su pareja, que tiene miedo de vivir. Mariana es el testimonio de esa Elena que manifestaba haber sido coartada por su marido (Cruz, 2002)

En este texto, Cruz se alía con el planteamiento anecdótico de la novela, que no sólo avala la existencia de la Verdad, sino que además legitima a algunos sujetos como sus poseedores. Al hacerlo, la ensayista deja de lado que Augusto, Vicente, Gabrielle y André se aproximan desde una mirada logocéntrica a Mariana, para tratar de asirla con palabras, entederla, explicarla.  Frente a esto, el personaje se fuga de uno y otro lugar identitario, asume el silencio como lugar de resistencia en el que se niega -pasivamente- a aferrarse a alguna de las máscaras ofrecidas por los sujetos letrados:
Teo le había ordenado ir al Depósito de objetos Perdidos del Metro, pues había dicho que el zapato impar y tricot blanco, pues había dicho que el zapato se perdió al subir a un vagón del Metro. Deseaba obedecer a su sirviente, a pesar de saber que el zapato perdido no estab allí. Era muy dócil, siempre obedecía, aunque después hiciera siempre su voluntad. En su aparente obediencia residía el engaño. (Garro, 1981: 57)

Mariana, sin que ninguno de los personajes narradores se percate, huye de la razón patriarcal y se refugia en la muerte, lugar antonomásico de la Otredad. Así logra escapar de la prospección del tiempo, de las tareas que le son atribuidas a su maternidad sólo por existir, de las clasificaciones que el discurso normativo pretende asignarle según su edad, sexo, condición social y oficio. En otras palabras, logra zafarse del tiempo y del espacio controlado por la razón, para convertirse en un objeto eternamente perseguido.

Esto resulta llamativo, sobre todo al momento de tener en cuenta las múltiples críticas que sitúan Testimonios sobre Mariana en el género de la autobiografía, aún cuando este género supone, en principio, la existencia de un sujeto productor cuyas hazañas deban ser contadas como una historia ejemplar a los lectores. Cabe recordar que la autobiografía nació dentro de la tradición greco-latina y se consolidó en el Renacimiento, para exaltar los logros y virtudes de individuos importantes en el desarrollo de la Historia.

Por eso, los elementos presentes en Mariana que pudieran ser relacionados con datos de la vida de Elena Garro parecen estar dejando al descubierto las aporías  recurrentes dentro del género autobiográfico. La autora no teje ningún discurso sobre sí misma, sino que suena a través de las palabras que le superponen las voces autorizadas. La vida ejemplar no corresponde a Mariana -ni, en consecuencia,  a Elena Garro- sino que es atribuida a quienes ordenan y designan (o intentan designar) a un sujeto que no produce, no fabrica y no progresa. Es decir, a quienes edifican inútil e irracionalmente, a un sujeto improductivo.

Este elemento concreto, parece espejear particularmente el discurso ensayístico de El Laberinto de la soledad. En su libro, Octavio Paz construye la identidad mexicana, la de los varones mexicanos, la de los productores y posible constructores del futuro de la nación. Se sitúa arriba -en el lugar del intelectual organizador- y desde ahí los mapea. Elena Garro, por su parte, se ubica en el lugar del Otro designado, construye una mujer -el objeto, del objeto perfilado por Octavio Paz- arboresce y asume al tiempo a la Mariana de Gabrielle, la de André y la de Víctor, para negar así los contornos del personaje femenino y permitirle la movilidad.

Además, mientras Octavio Paz presenta el deber ser del varón mexicano -único representante de la mexicanidad, según sus palabras- y su relación con la muerte, Elena Garro deja un testimonio de la no existencia de ninguna de las mujeres mexicanas referidas -nunca estudiadas en profundidad- dentro los ensayos del Laberinto de la soledad, y aclara que todos los fantasmas enunciados en el logocentrismo son posibles sólo dentro una estructura paratáctica, absolutamente contraria a la lógica cartesiana -no sintáctica, ni excluyente de ninguna de las identidades- que estimule en los umbrales entre la vida y la muerte.
La muerte, lugar por demás transgresor, es un espacio que Mariana toma para sí reiteradamente, entra y sale de él cada noche, hasta convertirla en una de sus tantas condiciones definidores. Por eso, la novela comienza y acaba con una referencia -al principio de Víctor, finalmente de André- de la vuelta casi imperceptible de Mariana a la vida:
Eso me quedó de Mariana. La vida está hecha de pedazos absurdos de tiempo y de objetos impares.
Mariana empezó en ese bosque ligeramente borrado por la bruma. Más tarde la vi muchas veces en las esquinas de mi ciudad y corrí tras ella sólo para perderla entre la multitud. ¡Soy un tonto! No advertía que llevaba los dos mocasines puestos y que ella se hubiera presentado con un pie descalzo , como en la noche del pacto (Garro, 1981: 7)

También dice André casi al  final de la novela: Saturnal miró la calle y pareció aturdido con los automóviles y el ruido. Vi que tomaba una decisión. - Sí, la seguían a todas partes... sembraban rumores, las puertas se le cerraron...¿No sabes que huyó?...Una noche entraron y ella cogió a Natalia de la mano y se tiró desde un cuarto piso... (...) - ¿Cuándo? - pregunté casi sin voz. - Hace dos años, en Liverpool. Ahí las enterró Augusto en sercreto para borrar las huellas de su persecución y de su cri... -me dijo con voz lastimera. No comprendí nada. Saturnal mentía, hacía menos de dos meses que él mismo me había visitado con ellas.  (Garro, 1981: 351)

La posibilidad de tránsito entre todos los discursos que la nombran, entre la vida y la muerte, entre la sumisión y la transgresión de Mariana, parece responder a la propuesta subjetiva de los mexicanos realizada por Octavio Paz. Para el ensayista, al igual que ocurre con la mayoría de sus propuestas, la muerte y la vida suponen una dicotomía insalvable que debe enfrentar el sujeto mexicano, sin posibilidad de reconciliación, ni de ubicación en un punto medio: También para el mexicano moderno la muerte carece de significación. Ha dejado de ser tránsito, acceso a otra vida más vida que la nuestra. Pero la intranscendencia de la muerte no nos lleva a eliminarla de nuestra vida diaria. (...) El mexicano, en cambio, la frecuenta, la burla, la acaricia, duerme con ella, la festeja, es uno de sus juguetes favoritos y su amor más permanente. Cierto, en su actitud hay quizá tanto miedo como en la de los otros; mas al menos no se esconde ni la esconde; la contempla cara a cara con impaciencia, desdén o ironía: "si me han de matar mañana, que me maten de una vez". (Paz, 1981: 62-63)

Al leer este fragmento saltan a la vista varios elementos. En primer lugar, el tono sobreabarcante del ensayo de Octavio Paz, plantea como un universal que el miedo de los mexicanos (entre quienes parece no encontrarse incluido, pues aquí lo hace en un tono más que serio, didáctico y hasta moralizante) frente a la muerte se traduce en una mofa constante dentro del proceso de representación de la misma. También aclara que la muerte corresponde al espacio de lo desconocido, lo no humano, lo periférico. Es decir, la prosa conceptual de Octavio Paz presenta la muerte en un polo y a los mexicanos en otro, mientras que en Testimonios sobre Mariana -tal como se evidenció en los extractos anteriores-, la muerte es una condición sine qua non del personaje central.

Por otra parte, el único personaje de la novela que abiertamente confiesa temer por la presencia de Mariana es Augusto, su marido, quien según los críticos que han estudiado esta obra como un texto autobiográfico, vendría a ser la representación simbólica de Octavio Paz. Es decir, mientras que el ensayista opone la muerte a sí mismo y a su objeto de estudio, la autora lo relaciona dentro del universo ficcional con ese miedo que él acusa en el Otro.

A esto hay que añadir que para Paz el miedo del mexicano frente a la muerte es muy evidente, mientras que el pánico que atribuye Elena Garro al personaje de Augusto es absolutamente secreto, hasta el punto que llega a esconder los cadáveres en un espacio remoto. Además, la ironía que menciona Paz en su ensayo, para calificar la relación mexicanidad/muerte no le está permitida ni a Augusto, ni a ningún otro personaje presente dentro de la ficción de Elena Garro. En esta novela, cada uno de los sujetos literarios, que son a la vez narradores y personajes, cuidan la coherencia interna de su escritura, las relaciones causales, la progresión del discurso lógico.

Garro emula en su novela tres ensayos posibles, con marcas discursivas logocéntricas, pero al contraponer los tres tejidos que han intentado anquilosar a un mismo objeto, deja al descubierto las inestabilidades de los mismos. La única posibilidad de existencia de un constructo que acumule todo lo que se ha dicho de sí,  sin anularse y desaparecer,  es su reterritorialización en los márgenes de la razón. Mariana sólo puede ser en el espacio del no ser.
Elena Garro, sujeto social que fue entendido en muchas ocasiones como el suplemento de un intelectual orgánico, habla desde el espacio Otro y reconstruye esos discursos que intentaron nombrarla en un marco tan lógico que acaba por rayar en la irracionalidad. La mayor prueba de ello está en que ninguna de las tretas argumentales logra explicarla, ni consigue precisar su identidad exacta.

 En otras palabras, al mostrar la inexistencia de la verdad en el género testimonial y -por extensión- en el resto de las creaciones verbales, las aporías propias de la autobiografía y la inestabilidad de la prosa conceptual prescriptiva, Elena Garro logra diversificar el universo subalterno homogeneizado por Octavio Paz -y otros representantes de la intelectualidad canónica latinoamericana-, así como también deja al descubierto el carácter artificial e oscilante de los tejidos que, al relegarla al lugar suplementario, la intentaron mostrar -en tanto mujer escritora- como parte de una masa informe, sin voz y sin irregularidades.

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Bibliografía
Básica:
Garro, Elena (1981) Testimonios sobre Mariana. México D.F.: Editorial Grijalbo S.A. de C.V.

Paz, Octavio (1981) El Laberinto de la soledad. Postdata. Vuelta al laberinto de la soledad. México D.F: Fondo de Cultura Económica.

Teoría y crítica:

Cruz Hernández, Ana Julia (2002) "Elena Garro como personaje de su obra". En: Ensayos porque no todo está dicho. México: http://www.tallereando.com/ensayo2.html

Baudouin, Jean Louis, y Blondeau, Danielle. (1995) La Ética de la muerte y el derecho a morir. Barcelona: Herder.

Dessau, Adalbert. (1972) La novela de la revolución mexicana. México D.F: Fondo de Cultura Económica.

Deleuze, Gilles Y Guattari, Félix. Mil Mesetas. Capitalismo y esquizofrenia. Valencia: Pre-textos, 2000

Muñoz, Willy. Polifonía de la marginalidad, la narrativa de escritoras latinoamericanas. Santiago de Chile: Editorial cuarto propio, 1999

Sklodowska, Elzbieta. La parodia en la nueva novela hispanoamericana. Amsterdam/ Philadelphia:  John Benjamin Publishing Company, 1991




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