Narrar cobra sentido sólo cuando me produce placer: Laura Esquivel
 
 
Angélica Abelleyra
La Jornada, 27 de diciembre de 1998
 
 
 Detesta lo light, pero toma Coca Cola de dieta. Y aun cuando no dejan de preocuparle los kilos de más, dice que ``el chiste es no dejarnos convencer de que resulta espantoso tener una lonja''. Ya, en el plano de la escritura, Laura Esquivel (México, 1950) no cree en el mote que algunos críticos literarios le lanzan a ella y a otras autoras de circunscribirse a la literatura asociada al término light. ``La crítica ni existe en México; sólo entabla discusiones dizque académicas, que más bien son pulsionales. Lo único que me importa es la opinión de la gente común y corriente que no tiene una relación perversa con la razón''.

 Intimas suculencias (Ollero y Ramos Editores/Plaza y Janés) es su más reciente libro, en el que reúne textos publicados en revistas y cuartillas pronunciados como discursos o ponencias, entre 1989 y 1998. Los temas de ``el hombre nuevo'' y la necesidad de que recupere ritos y establezca una nueva relación con el universo son algunos que Esquivel desarrolla de forma ligera y llena de humor. El volumen, aderezado con los dibujos de Francisco Meléndez en cada una de sus 158 páginas, se complementa con recetas de mole negro de Oaxaca, manchamanteles, soufflé de castañas y sopa de manzana, que son de nuevo elementos centrales de la obsesión de la autora de Como agua para chocolate: la cocina como arte y ``uno de los actos más generosos de dar y darse a los demás''.

 Sin lugar a dudas cocinar sigue siendo su ``experiencia de vida''. Antes y durante la entrevista eso queda de manifiesto, como cuando habla por teléfono con sus amigos para comentarles su reciente viaje a España, donde probó cocido madrileño y todas esas exquisiteces, a pesar de la engorrosa suma de kilos a su peso, o cuando le entrega a la señora de servicio una lista con los ingredientes que necesitará del mercado para hacer un bacalao que ofrecerá de cena al día siguiente.

 A fines de noviembre, la polémica narradora multimedia de La ley del amor hizo una presentación informal de Intimas suculencias en Barcelona, Sevilla y Madrid. Ahora lo da a conocer en nuestro país, sin tener hasta la fecha una agenda específica para hacer aquí una velada de comentarios sobre la publicación. Y si Laura Esquivel tiene la certeza de que cada libro tiene su propio destino, las cifras exitosas de Como agua para chocolate (1989) no mienten: más de 3 millones de ejemplares vendidos, traducción a 30 idiomas y un año de permanencia en las listas de best-sellers del New York Times. En el futuro cercano, 1999 será para ella un año de gran actividad, con la salida en abril del cuento para niños Estrellita marinera (Planeta), el proyecto de dos guiones de cine y otra novela ``para nada referida a la cocina''. Todo ello es pretexto para la charla.
 
El humor como vehículo de conocimiento

 --¿Cómo te leíste a la distancia de los nueve años que abarca Intimas suculencias?

 --Cuando mi agente me dijo que Julio Ollero tenía la intención de publicar este libro, no le encontré sentido. No había vuelto a ver los textos desde que los escribí, sobre todo los de Vogue. Y cuando los volví a leer, me reí al reconocer el juego y la libertad que tenían y al disfrutar su tono tan ligero que fluye rápido. Narrar cobra sentido para mí sólo si me produce placer. Sé que muchos escritores hacen sus mejores cosas atormentados y cortándose las venas. No es mi caso.

 --Ahora que hablas del tono ligero de los artículos, de su lectura fácil y con humor, ¿crees que la literatura también debe tener ese enfoque?

 --La mejor forma de adquirir conocimiento es a través del humor. Ya tengo un año de investigar algo que se puso de moda y me da gusto: la repercusión que tienen las emociones dentro del cuerpo. Cuando estás contento y enamorado (hay que subrayarlo porque a todo el mundo le da pena hablar del amor), tu sistema inmunológico trabaja mejor, el corazón bombea más y uno se ve hasta sonrojadito. Hay una reacción biológica positiva. Al contrario, cuando estás deprimido no ves el mundo de la misma manera. Me da gusto que en un siglo en que se devaluó totalmente todo lo que tiene que ver con la emoción, con el sentir, se esté hablando cada vez más de la inteligencia emocional. Mi bandera ha sido desde hace mucho: siento, luego existo. No hay conocimiento que llegue al cerebro que no haya pasado primero por los sentidos. Y, sí, uno puede llegar a reflexiones muy profundas de todo aquello que tenga que ver con la razón, a través del humor y de una literatura o de un swing o lo que sea, que nos alegre el corazón. Me gusta narrar bien las historias, y creo que en estos momentos en que los seres humanos tenemos un bombardeo de agresión, de violencia e intolerancia, que recibimos día con día, el ser humano tiene que fortalecerse para poder enfrentar esta situación. Y el mejor medio para ello es el humor.

 --¿Cómo alimentar el humor ante situaciones críticas que lo paralizan?

 --Me alarma que lo estemos perdiendo. Antes teníamos chistes para todo. Ahora a los políticos ya no se les hacen chistes como antes. Sé que es difícil mantener el ánimo ante la adversidad, una violación, un asesinato o un robo como el que hemos vivido los mexicanos. Pero sí creo que hemos logrado sobrevivir a todo tipo de desgracias a través del humor. Y ojalá que no lo perdamos del todo y que lo utilicemos como una arma.

 --¿Para ti el humor es un arma?

 --Es una forma de ver el mundo. Nunca es corrosivo ni agresivo. Hay humor que esconde una agresión pero el mío es el que suaviza y convierte las experiencias negativas en positivas; es un humor que puede relajar una situación tensa y cambiar su vibración. Creo profundamente en el poder de transformación interna del ser humano. Somos magos, alquimistas y grandes transformadores.

 --¿Cuáles son las transformaciones de Laura Esquivel escritora?

 --Es muy difícil observarse uno mismo, pero en el momento de trabajar veo que ahora tengo más disciplina, tolerancia y equilibrio, a pesar de todo.

 --¿Equilibrio en qué?

 --En todo: entre el mundo público y el mundo íntimo, y ante cualquier tipo de problema que atraviese puedo mantener mi centro y no dejar ni que la pulsión ni que la razón tomen el mando; mantener el balance entre una y otra fuerza.

Le halaga que su obra despierte pasiones

--¿Cómo tomas las críticas negativas a La ley del amor? ¿Tienes la tolerancia de la que hablas frente a los críticos?

 --Ahí es donde uno pone a prueba la tolerancia. Uno debe tener claras las cosas: casi me resulta halagador que mi obra despierte tales arrebatos y pasiones. Se me ataca con tal indignación que para mí es un halago, porque sólo reaccionas así cuando algo te ha dolido profundamente. Me pregunto ¿qué área tocará que le produce tanto dolor? Y en lugar de ofenderme, me gusta. La actitud de no los veo ni los oigo es de gran arrogancia. Inclusive a muchos de mis críticos los leo y los admiro. A pesar de todo estoy muy contenta con La ley del amor. Aprendí de ella; que fuera la primera novela multimedia fue problemático, porque nunca los cambios se asimilan de un día para otro. La gente esperaba Como agua para chocolate II y no otra historia. Tengo una carpeta donde mucha gente me escribe cosas bellísimas; son lectores que le entraron con todo el cuerpo a la literatura y experimentaron otro tipo de relación con ella.

 --¿Con La ley del amor tu relación con la literatura también cambió?

 --Sigue siendo la misma. Yo no me pongo límites. Una de las críticas absurdas fue que integrar el CD y la imagen en mi libro era resultado de mi falta de confianza en el poder de la palabra. Y eso resulta absurdo, reflejo de ignorancia, porque nuestra forma antigua de transmitir la memoria de la tribu era a través de las imágenes. Esa era nuestra lectura. Entonces, en La ley del amor era importante la conjunción de leer imágenes acompañadas de música. No es que no confiara en el poder de la palabra; era más sencillo narrar como siempre, pero quería producir una emoción profunda a través de la palabra hablada y de la escrita.

 --Decías que todos tendemos a encasillar a las personas. A ti se te encasilló en la cocina. Aunque La ley del amor es diferente, ¿no te encasillas ahora tú misma con Intimas suculencias?

 --Un poco; por eso dudé tanto en editar el libro. Para mí fue un acto de valor hacer La ley del amor, algo totalmente diferente a Como agua para chocolate. Escribí esa novela con toda la intención de darle valor a todo lo que pasa dentro de una cocina. Y he ido a infinidad de foros defendiendo esta postura, así que era absurdo que de repente me preocupara de que se me relacionara sólo con la cocina, si es mi postura ante la vida. Y decidí que no me importaba repetirlo y que sí me importaba que el libro llegue a más gente, porque estas reflexiones siguen teniendo vigencia ante la creciente crisis a la que nos lleva el materialismo extremo.

 --Independientemente de lo light en la comida, que detestas, ¿qué hay de lo light que algunos señalan en tu literatura?

 --Hablar de eso me da ya mucha flojera. Un día me reí bastante cuando Sara Sefcovich respondió a eso: `Ay, sí, seremos light, pero la literatura opuesta a eso es la pesada'. Y es cierto. A mí no me gusta entrar en esas discusiones de tipo dizque académico porque ni siquiera lo son; son pulsionales. Creo que hoy en la literatura hay un juego intelectual que tiene más que ver con el ego y decir: `escribo en el Olimpo y estoy alejado de las masas'. Yo no pertenezco al Olimpo, porque lo que escribo lo entiende todo el mundo y me leen. Yo me considero una narradora que trata de recuperar la memoria de la tribu. Si dicen que eso es light y por ello dicen que no vale la pena, ni modo.

 --Otro asunto que desarrollas es sobre el ``hombre nuevo''. ¿Quién es?

 --Ni siquiera ha surgido. Ha estado presente en los mejores postulados de los movimientos sociales del siglo. Se esperaba que surgiera de ellos, pero no lo hizo, porque el hombre nuevo no puede surgir de una sociedad en desequilibrio. Soy optimista y creo que surgirá, pero estoy convencida de que no lo hará de ninguna revolución. El hombre nuevo es uno que tiene memoria y sentimientos, que respeta y valora la vida igual que la razón. Pero no hay ni una sola escuela o gobierno al que le interese el surgimiento del hombre nuevo. Para mí éste debería tener otra relación con el universo y con sus semejantes. Tendría que desobedecer todas las reglas que se nos imponen desde niños.

 --¿Eres una desobediente?

 --Sí. Como se dice: detrás del orden está el horror. Hace poco un amigo y yo platicamos de cuando estuvimos en la Feria de Francfort. Para mí, uno de los momentos más reveladores de la cultura alemana fue la vez que caminaba por la calle y tenía que atravesar la acera. Estaba el semáforo de peatones en rojo. La calle estaba vacía y no pasaba ni un pinche coche. Se nos hizo fácil cruzarnos y el que iba con nosotros nos dijo horrores. Le comentamos que no venía nadie y el alemán nos contestó: no se debe dar mal ejemplo a los niños porque si al alguien ve que sí se puede, esto es el caos. Cuando se lo platiqué a mi amigo editor, me dijo que había tenido una experiencia similar y que cuando se cruzó la calle el alemán le comentó: En Alemania la disciplina está antes que la razón. A esa desobediencia me refiero. Porque yo soy obediente de las voces que escucho en la cocina o ante los ritmos de la naturaleza o el orden cósmico. Pero ante una orden absurda que atenta contra el ser humano o contra la tierra, soy desobediente.

 

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